Artículo publicado por La Gaceta Náutica de este mes.
A lo largo de la dilatada historia de los clubes náuticos, las circunstancias en que se han visto envueltos han sido muy diversas. Los retos que ttuvieron que afrontar esas entidades en sus inicios provocó que las personas que podían dirigirlas con éxito tuvieran un perfil determinado. Así se valoraron cualidades como el reconocimiento social, el estatus, los contactos políticos, la capacidad de recabar financiación, etc. Todas estas cualidades eran necesarias para resolver los retos de la época, tales como construir infraestructuras (locales sociales, amarres, rampas, etc.), lograr concesiones administrativas, subvenciones, etc.
Afortunadamente para ellos, los problemas con que se enfrentan los clubes de hoy en día tienen menos que ver con su supervivencia económica. Las sedes sociales ya están construidas, así como los varaderos, grúas, rampas y pantalanes. La disponibilidad de amarres les permite tener una fuente de ingresos que financia su actividad deportiva y social con mayor o menos desahogo. Esto les permite tener una dependencia mucho menor de las subvenciones públicas, lo que abre directamente la puerta a la despolitización de los clubes.
Por otro lado, las asociaciones de clubes han logrado abrir un canal de diálogo con las administraciones que permite la defensa de los intereses de los clubes sin la desproporción de fuerzas que siempre ha existido y que desemboca inevitablemente en un clientelismo lamentable.
El gran reto de los clubes hoy en día es el reto deportivo. Cuesta mucho motivar para la navegación a la juventud de hoy en día. Los valores del sistema “esfuerzo-recompensa” se han ido perdiendo en beneficio de la imposición de la ley del mínimo esfuerzo; la famosa “cultura” del pelotazo.
Esta situación con tremendos retos a nivel deportivo, menor dependencia de la administración y cierta independencia política abre la puerta para la aparición de un nuevo tipo de directivo diferente del sonriente “apretador de manos” con chaqueta cruzada azul marino y gorra de capitán.
El nuevo directivo de club debe ser alguien que conozca la base del deporte y su situación actual; que sea capaz de crear un buen ambiente de trabajo a su alrededor y que conozca en primera persona las necesidades de los deportistas.
El habitante permanente del bar y de la sede social debe dejar paso al regatista “de muelle”con inquietudes y capacidad de motivación y gestión.
El lobo de bar debe ser sustituido por el lobo de mar.
El reconocido empresario “compadre” de los capitostes políticos locales debe ser sustituido por el regatista de integridad indiscutible, capaz de animar el ambiente de la flota y de resolver las disputas con equidad y conocimiento de las normas y de los entresijos del deporte.
El “recogedor de reverencias” cuyo estatus debía ser reconocido por socios y empleados a cada paso que daba por los pasillos del club, debe dejar paso al directivo joven al que no hace falta mirar desde abajo; que escucha con interés sincero las propuestas de los socios, personal y regatistas.
La primacía de las “familias con solera” en la dirección del club debe dejar paso a caras nuevas con ideas nuevas, con menos ganas de cenar y más de trabajar desde la base.
En algunos clubes ya se han dado pasos importantes en la dirección de desmitificar el aura de “casta” impenetrable y rancia de sus directivos y se han empezado a ver cómo personas sencillas, amantes del deporte ocupan sillones que antes estaban reservados a una selecta minoría. Una selecta minoría que no siempre era capaz de compatibilizar sus intereses políticos, económicos y sociales con los intereses deportivos y sociales del club.
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