El deporte de la vela no es como los demás deportes. Para
empezar, a nadie se le ocurre inscribirse en un campeonato de Baloncesto,
Futbol o Dardos sin saber para qué
sirven las líneas que hay pintadas en el suelo; lo que significa el fuera de
juego o si puede o no tocar al contrario al quitarle el balón. En el deporte de
la vela, muchos patrones, por no hablar de tripulantes, desconocen totalmente
si está o no permitido entrar en cuña en una salida, si aún está vigente el
palo al través o quién tiene preferencia al llegar juntos a una boya. Y se
regatea y se navega sin sentir ningún remordimiento por esa ignorancia. Uno
puede estar llevando a siete u ocho nudos sus seis toneladas de fibra y quinientos
kilos de carne humana directo a un potaje de barcos y boyas del que no tiene
idea de cómo va a salir.
Y lo hace confiando en que sus dotes de tenor y la cantidad
de decibelios que es capaz de desarrollar a grito pelado le abrirán el camino
cual Moisés en el Mar Rojo y saldrá airoso y de una sola pieza del trance en el
que se ha metido.
El problema es que no siempre es así y, en ocasiones, el
infierno de Dante se queda corto ante el desastre de gritos desgarradores;
impactos y trozos de barco y de vela fuera de sitio; tripulantes apeados
involuntariamente y hasta manchas de sangre sobre las blancas cubiertas que
resultan de una alocada salida o paso de boya.
En ocasiones la causa de tanto estropicio esté en el
desconocimiento.
En otras ocasiones se trata de un fallo de cálculo.
Finalmente también tenemos aquellos casos en que nuestra
amiga la rata de pantalán, profunda conocedora de las reglas porque se las
salta cada domingo, ha tratado de sacar partido de su mayor tamaño, la potencia
de sus pulmones y la inexperiencia de sus competidores en ese lance concreto de
la regata.
Para estos casos yo considero que es necesario tener siempre
preparada la bandera de protesta, porque una protesta en su justo momento
mantiene nuestro deporte más sano y llama la atención sobre la existencia de
unas reglas que, de otro modo, pasan desapercibidas para gran parte de la
flota.
Una protesta no tiene porqué entenderse como un acto de
agresión, sino como una voluntad de clarificar una situación en la que dos
barcos creen tener la razón y, obviamente, uno de ellos no la tiene. La protesta
tiene como efecto que una situación de conflicto tenga menos probabilidades de
repetirse y, por lo tanto, mejora el ambiente de las regatas, evitando que haya
barcos que infrinjan sistemáticamente el reglamento mientras otros se limitan a
quejarse amargamente en la barra del bar poniendo de vuelta y media a los que,
a su juicio, son infractores pero que quizás no lo sean.
Conocer los mecanismos de las protestas, así como el resto
del reglamento, es una medida de higiene deportiva que contribuye a que las
regatas se parezcan más a lo que tienen que ser, en lugar de derivar en odios
irreconciliables y en injusticias sistemáticas.
Por eso invito a todos los armadores a que pidan en su club
que se organice una sesión de repaso del reglamento y se compren una bandera
roja. Repito que protestar no tiene porqué ser un acto de agresión pero
permitir las infracciones sistemáticas y los abusos de otros regatistas sí que
acaba destruyendo el buen ambiente de una competición.