Debo estar haciéndome mayor. Es la única explicación que le encuentro a un pensamiento que acude a mi cabeza cada vez con mayor insistencia.
Se está perdiendo la educación entre las gentes de la mar.
Recuerdo que hace años era lo más normal saludarse entre dos barcos cuando se cruzaban en la mar. Ahora, cuando saludas a otro barco su patrón se te queda mirando con cara de no comprender nada. No es capaz de entender que un desconocido le haga un gesto amistoso en medio del mar y se queda como se quedaría si ese desconocido le sonriese en medio de un vagón de metro.
Lo mismo ocurre cuando se ve llegar a un vecino de pantalán en un día de viento y se ve que va a tener problemas para amarrar su barco. La gran mayoría de los asistentes se repantingan en su bañera y se preparan para disfrutar del espectáculo que se avecina. Sólo en contadas ocasiones se ve a alguien que baja al pantalán para entregarle las amarras al patrón en apuros o al tripulante poco experimentado que se debate sentado en el molinete con el bichero en ristre.
Esa falta de educación o de respeto en la mar se aprecia en otros muchos detalles, como el del armador que no pone las suficientes defensas en su costado pensando que es mejor que el gasto en esos elementos de protección lo haga su vecino de amarre. Es una falta de respeto y un claro exponente de hasta dónde llega el egoísmo y el desprecio hacia los demás.
Y qué decir de aquellos que llegan a una playa abarrotada de barcos fondeados y echan el ancla sin pensar lo más mínimo si van a amargarle el domingo a su vecino poniendo su popa a tocar la línea de fondeo del otro barco. Deben pensar: “Y si no le gusta, ¡que se vaya! ¡Ah! ¿Que no se ha ido aún? Pues le ponemos reggaetón a todo vatio y verás cómo se acaba yendo y dejándonos más anchos.¡ Y pobre de él como se le ocurra protestar!”
Por no hablar de los que no saben navegar a menos de diez nudos entre los barcos fondeados o amarrados. Seguramente creen que alegran al personal cuando ponen a todo el mundo a “bailar” con las olas de su estela. En Menorca hay una golondrina que entra y sale de las calas a una velocidad que permitiría a sus pasajeros hacer ski náutico sin ningún problema. Es muy conocida por la cantidad de “amigos” que deja a su paso.
Pero también tenemos a las motos de agua que toman a los barcos fondeados como boyas de un circuito de regatas ; a las motoras enormes que juegan al tentetieso con los veleros pasando a pocos metros de ellos; a los profesionales del mar que creen que tienen más preferencia que nadie por el hecho de pasar más horas en remojo que los demás…y un largo etcétera que lamentablemente se hace mayor a medida que pasan los años.
Y es que la educación en la mar no es otra cosa que el reflejo de la que se tiene en tierra, en la vida cotidiana y parece ser que eso algo que está “pasado de moda”, que “no mola” y que “es de pringaos”.
No es que pretenda dar a nadie lecciones de educación pero creo que no estará de más este pequeño recordatorio al inicio de otro agosto masificado y frenético como el que empezamos.