Durante más de un siglo y medio la Copa América ha tenido un
atractivo hipnótico para una gran parte de los aficionados a la vela y no soy
yo quien va a revelar a los lectores de éste periódico lo que esta competición
ha representado para el deporte de la vela desde 1851.
Tras la edición de 2007, la entrada en juego de Larry
Ellison ha transformado radicalmente el fondo y la forma de esta competición de
manera que, como diría un castizo: “no la reconocería ni su propia madre”.
Para empezar, el barco ya no es un monocasco sino que los
regatistas tienen que hacer equilibrios sobre una araña de carbono que se mueve
a más de 20 nudos sobre el agua. Así las pruebas duran poco más de media hora, con lo que no tiene tiempo uno de aburrirse. Al
menos en esto sí que mejoramos algo porque el paripé que hicieron Ellison y
Bertarelli en 2010 fue bastante soso en el mejor de los casos. De todas formas,
de los 30 minutos que dura ahora la regata te sobran 29 porque en la salida de
través al viento ya está todo decidido.
“The show must go on” parece ser el nuevo lema de la Copa
América y así tenemos que los tripulantes se ven obligados a llevar casco y chaleco
salvavidas y que esos elementos les han librado de más de una. Los vuelcos y
las colisiones están a la orden del día y además esas imágenes de “acción” se
cotizan en los medios tanto como las escenas de los programas de videos de
impacto.
Tampoco falta el famoseo, otro ingrediente insustituible de
cualquier programa de variedades que aspire a llevarse un buen mordisco de la
audiencia televisiva. Agazapados tras la barra de los timones, tumbados encima
de una red como si de besugos recién pescados se tratara, nos enseñan sus
dientes inmaculados sonriendo a la cámara en cuanto el traqueteo y los rociones
se lo permiten.
Pero esto es América, señores, y lo mejor está por llegar.
Los realizadores del evento han conseguido lo que nadie había hecho hasta ahora:
ponerle límites al mar. Han delimitado el área navegable como si un campo de
fútbol se tratase y no contentos con eso, han pintado las líneas de las yardas
que faltan hasta la siguiente puerta (¿o era portería?). No es de extrañar que
alguien que se acabe de sentar a ver la retransmisión pregunte quién lleva la
pelota y cómo va el marcador.
Y todo ello sazonado con la aparición de escuadrillas de
reactores, majorettes y hasta algún que otro payaso que parece que acabe de
ganar un concurso de “Fear Factor” en lugar de una regata.
Atrás quedaron aquellos días de la edición de 2007 en los
que los duelos barco contra barco podían regalar a sus espectadores una guerra
de viradas, una concatenación de “circlings” y “dial ups” en la presalida o una
estudiada toma de posiciones tácticas a lo largo de cada una de las mangas. Eso
ya no está de moda.
No niego que prefiero mil veces ver en la televisión una
regata de cualquier tipo de artefactos flotantes antes que otra competición
terrestre de lo que sea, pero echo de menos que lo que están haciendo ahora en
San Francisco se parezca más a una regata de yates.