Publicado en La Gaceta Náutica del mes de Agosto
La primavera es la época en que en mayor medida eclosionan y
florecen la mayor parte de los vegetales de éste hemisferio y, por una extraña
coincidencia, suele ser la época en la que se hacen la mayoría de las Asambleas
Ordinarias de la mayoría de los clubes náuticos.
Los miembros (con perdón) de la junta directiva, en lugar de
mostrar toda la cabeza rodeada de pétalos, al florecer en la asamblea ostentan
un único pétalo de colores bajo la barbilla, conocido vulgarmente como corbata.
Estos elementos recurren a las argucias más peregrinas para
sacar adelante lo que debería ser una sana rendición de cuentas sobre su
gestión en los últimos doce meses y que lamentablemente se convierte en un
ejercicio de birlibirloque digno del mejor trilero de las Ramblas.
El procedimiento habitual es no remitir las cuentas de la
entidad junto con la convocatoria de la asamblea y así evitar que el socio
pueda hacerse preguntas incómodas sobre las mismas con antelación.
Si se cree que se pueden tener problemas al presentar los
números, bien por haber engrosado mucho la partida de “Cenas y Jolgorios” (o lo
que es lo mismo “gastos de representación, publicidad y viajes”), bien por
cualquier otro motivo, se puede intentar adormecer más a la audiencia haciendo
que una persona que tenga una voz cadenciosa y la capacidad de dormir a las
ovejas, enumere las actividades realizadas en el año como si fuera la lista de
los reyes godos. Es mano de santo para apaciguar a los espíritus inquietos y
preparará el terreno para el siguiente golpe de efecto.
El segundo acto tiene como protagonista a los “espontáneos”.
Me refiero a esos palmeros
incondicionales situados convenientemente para untar de mantequilla a la junta
con preguntas tales como “¿Cómo se ha conseguido de forma tan extraordinaria
aumentar el número de socios del club?” o “¿Ha sido fácil conseguir que la
Federación confíe en esta magnífica junta para la celebración de tal
campeonato?” Con estos elementos
alabando continuamente la labor de la junta, como mínimo se sembrará la duda en
la audiencia y puede que alguno se pregunte si está realmente en la asamblea de
su club o en la de algún otro por error.
Entonces ya sólo queda presentar las cifras a la asamblea en
una retahíla interminable e ilegible de filas y columnas con un tamaño de letra
diminuto y enumerarlas de la forma más monótona, soporífera e incomprensible
posible. Eso dejará al socio medio adormilado y apenas logrará despertarse
cuando se pregunte sin vergüenza alguna: “¿Aprobado por unanimidad?” Y ante el
silencio y la consternación de los asistentes se repita: “¡Aprobado entonces!”
Al poco rato se habrá acabado la asamblea y los socios
empezarán a desfilar cansinamente hacia su casa o hacia el bar del club. La
junta directiva se reunirá en la barra felicitándose por la forma en que han
logrado lidiar un toro tan difícil mientras el socio anónimo llegará a su casa
con la sensación extraña de haber sido sodomizado sutilmente por aquellos que
deberían estar gestionando la entidad de acuerdo con los intereses de la
mayoría de sus socios.
En algunas ocasiones algún socio se destaca del rebaño
aborregado y adormecido y llega a hacer alguna pregunta incómoda a la junta. En
esos casos se le hace callar diciendo que no es el lugar o el momento adecuado
para esas cuestiones o que se le dará cumplida información el lunes siguiente.
Al fin y al cabo el lunes ya habrá pasado la asamblea y ese es en definitiva el
objetivo de todo esto: ir cumpliendo asambleas sin que nadie les mueva de la
poltrona.
Como siempre tengo que salvar de todo lo que estoy diciendo
a la mayoría de los clubes náuticos pero seguro que algún lector se ha sentido
identificado en alguno de los pasajes de este artículo. Si es así es que ha
llegado el momento de plantearse seriamente si no habría que mirar por encima del
pesebre e intentar cambiar algo a
nuestro alrededor.
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