Imagínese usted que es el Director General de una empresa
que se dedica a las obras públicas. Seguramente tiene usted el Consejo de
Administración de su empresa plagadito de exministros, dirigentes sindicales,
políticos de todo pelaje y calaña venidos a menos y cuyo único quehacer es
embolsarse un sueldarro escandaloso a final de mes. Bueno, en realidad toda esa
caterva de paniaguados que cobran cifras astronómicas por asistir a una
reunioncita mensual del consejo, tienen otra función no menos indignante y que
consiste en hacer que su partido o sindicato o lo que sea “vea con buenos ojos”
los proyectos de la empresa cuyo sillón calienta el honorable trasero de
nuestro expersonaje político-sindical.
A toda esta gente se la ficha por su capacidad para influir
en los partidos políticos y los sindicatos. Influir significa que si una norma
bloquea un proyecto de una empresa, se pone en marcha el calientasillas de
turno y toca las teclas que haga falta para que salga el decreto oportuno que
desbloquee la cosa. En otros casos se trata de que el sindicato de turno se
esté calladito ante un ERE, firme un convenio colectivo ventajoso para la
empresa o incluso que llegue a apaciguar a los trabajadores levantiscos ante
una situación de conflicto colectivo.
Y ese trabajo se paga. Y se paga por encima y por debajo de
la mesa.
Por debajo de la mesa existe todo un entramado de
fundaciones, que cada partido reconoce tener sin ningún tipo de vergüenza y que
se encargan de recoger discretamente los donativos de las empresas y con ellos
pagar los gastos de los diferentes partidos. Eso cuando no se hacen créditos a
los partidos durante las campañas electorales que luego son oportunamente
condonados cuando el partido de turno se ha portado como un machote en alguna
adjudicación, concesión o licitación.
Y todo esto está pasando todos los días mientras yo escribo
este artículo y mientras usted lo lee.
Y ahora alguien me dirá: ¿Y qué tiene esto que ver con la
náutica? Pues muy sencillo. Si usted fuera el director general que he mencionado
al principio y fuera consciente de los beneficios potenciales de realizar unas
prospecciones petrolíferas en el Mar Balear aunque con ellas se maten unos
cuantos cetáceos ¿azuzaría a sus mejores calientasillas para que los permisos y
los estudios de impacto ambiental fueran oportunamente lubricados?
¿Y qué decir de la costumbre, menos panameña de lo que se
cree, de adjudicar una obra (por ejemplo un dique) por un precio para luego
doblarlo o triplicarlo? Y si el precio no se puede subir por estar en el límite
legal, pues se eliminan escolleras de la ejecución y aquí no ha pasado nada.
Las infraestructuras marítimas son obras muy complejas y que
cuestan mucho dinero. Por ese y otros motivos son un campo abonado para que la
inventiva humana desarrolle el más complejo entramado de fundaciones, empresas
licitadoras fictícias, testaferros y cualquier otra herramienta humana o
societaria al servicio de la mamandurria y el expolio. Y mientras tanto nuestro
fiscal anticorrupción dedica su tiempo a hacer de abogado defensor de la
Infanta.
No te digo…
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