sábado, 29 de marzo de 2014

La fiebre del hormigón



Para los aficionados a la vela es evidente que todo barco necesita un amarre. Los amarres son la base desde la que parten todas nuestras aventuras, cruceros, regatas, excursiones de pesca, etc.
Sin embargo, conseguir amarres para favorecer el desarrollo de la náutica de recreo no es algo que deba hacerse a toda costa.
Digo todo lo anterior porque la semana pasada surgió en Fornells una iniciativa privada que proponía la construcción de un nuevo puerto deportivo con un espigón de hormigón y 327 amarres.
Siempre he defendido que la iniciativa privada tiene que ser apoyada y que cuando ésta genera puestos de trabajo y mejora infraestructuras, debe ser bienvenida.
Pero no a toda costa.
La costa es precisamente lo que se carga esta nueva iniciativa privada. Se carga la única playa urbana que tiene Fornells. Se carga toda la fachada marítima del pueblo tradicional, desde el antiguo dique (que ya no es precisamente ninguna belleza) hasta prácticamente la entrada de la bahía. Se carga, en definitiva, toda la gracia que pueda tener Fornells como pequeña población de pescadores con una singular oferta gastronómica y una puerta abierta a las actividades náuticas.
Desde el punto de vista del navegante, entrar en Fornells, con su inmensa bahía de aguas protegidas coronada por la visión del Monte Toro al fondo y las islas del interior es impagable. Sustituir esa entrada por un inmenso dique de hormigón que bloquee la vista del propio pueblo es algo que supera toda necesidad que pueda haber de amarres en la costa norte.
Una necesidad de amarres que no está nada clara ya que este verano se han quedado varios sin ocupar tanto en el mismo Fornells como en Mahón, incluso en los peores días de agosto.
La costa norte de Menorca es una joya para los navegantes. Recortada, agreste, exigente e impredecible, siempre supone una experiencia inolvidable para aquellos que tienen la fortuna de surcar sus aguas. Entrar en sus refugios naturales y pasar una noche al ancla o amarrado a una boya es un recuerdo que hace olvidar las penalidades de una larga travesía y hasta los precios que le han hecho pagar a uno por amarrar en alguna pirática marina.
Si nos obcecamos en un desarrollismo a ultranza y nos cargamos esos paisajes naturales, estamos destruyendo aquello que hace diferente a Menorca de cualquier otro lugar del mundo y sencillamente dejará de valer la pena navegar por las aguas de ésta isla.
Por todo lo anterior creo que la iniciativa privada debe ser apoyada…pero siempre y cuando no comercie con recursos naturales que nos pertenecen a todos y que luego son imposibles de recuperar, enterrados para siempre bajo miles de toneladas de hormigón.
Si entendemos esto, Menorca seguirá siendo un paraíso cercano para la navegación deportiva y un lugar que nos regalará imágenes imborrables y perfectas que nos acompañarán mientras vivamos.

lunes, 10 de marzo de 2014

No te digo...


Imagínese usted que es el Director General de una empresa que se dedica a las obras públicas. Seguramente tiene usted el Consejo de Administración de su empresa plagadito de exministros, dirigentes sindicales, políticos de todo pelaje y calaña venidos a menos y cuyo único quehacer es embolsarse un sueldarro escandaloso a final de mes. Bueno, en realidad toda esa caterva de paniaguados que cobran cifras astronómicas por asistir a una reunioncita mensual del consejo, tienen otra función no menos indignante y que consiste en hacer que su partido o sindicato o lo que sea “vea con buenos ojos” los proyectos de la empresa cuyo sillón calienta el honorable trasero de nuestro expersonaje político-sindical.
A toda esta gente se la ficha por su capacidad para influir en los partidos políticos y los sindicatos. Influir significa que si una norma bloquea un proyecto de una empresa, se pone en marcha el calientasillas de turno y toca las teclas que haga falta para que salga el decreto oportuno que desbloquee la cosa. En otros casos se trata de que el sindicato de turno se esté calladito ante un ERE, firme un convenio colectivo ventajoso para la empresa o incluso que llegue a apaciguar a los trabajadores levantiscos ante una situación de conflicto colectivo.
Y ese trabajo se paga. Y se paga por encima y por debajo de la mesa.
Por debajo de la mesa existe todo un entramado de fundaciones, que cada partido reconoce tener sin ningún tipo de vergüenza y que se encargan de recoger discretamente los donativos de las empresas y con ellos pagar los gastos de los diferentes partidos. Eso cuando no se hacen créditos a los partidos durante las campañas electorales que luego son oportunamente condonados cuando el partido de turno se ha portado como un machote en alguna adjudicación, concesión o licitación.
Y todo esto está pasando todos los días mientras yo escribo este artículo y mientras usted lo lee.
Y ahora alguien me dirá: ¿Y qué tiene esto que ver con la náutica? Pues muy sencillo. Si usted fuera el director general que he mencionado al principio y fuera consciente de los beneficios potenciales de realizar unas prospecciones petrolíferas en el Mar Balear aunque con ellas se maten unos cuantos cetáceos ¿azuzaría a sus mejores calientasillas para que los permisos y los estudios de impacto ambiental fueran oportunamente lubricados?
¿Y qué decir de la costumbre, menos panameña de lo que se cree, de adjudicar una obra (por ejemplo un dique) por un precio para luego doblarlo o triplicarlo? Y si el precio no se puede subir por estar en el límite legal, pues se eliminan escolleras de la ejecución y aquí no ha pasado nada.

Las infraestructuras marítimas son obras muy complejas y que cuestan mucho dinero. Por ese y otros motivos son un campo abonado para que la inventiva humana desarrolle el más complejo entramado de fundaciones, empresas licitadoras fictícias, testaferros y cualquier otra herramienta humana o societaria al servicio de la mamandurria y el expolio. Y mientras tanto nuestro fiscal anticorrupción dedica su tiempo a hacer de abogado defensor de la Infanta. 
No te digo…