sábado, 8 de febrero de 2014

Protestar es sano



El deporte de la vela no es como los demás deportes. Para empezar, a nadie se le ocurre inscribirse en un campeonato de Baloncesto, Futbol o Dardos  sin saber para qué sirven las líneas que hay pintadas en el suelo; lo que significa el fuera de juego o si puede o no tocar al contrario al quitarle el balón. En el deporte de la vela, muchos patrones, por no hablar de tripulantes, desconocen totalmente si está o no permitido entrar en cuña en una salida, si aún está vigente el palo al través o quién tiene preferencia al llegar juntos a una boya. Y se regatea y se navega sin sentir ningún remordimiento por esa ignorancia. Uno puede estar llevando a siete u ocho nudos sus seis toneladas de fibra y quinientos kilos de carne humana directo a un potaje de barcos y boyas del que no tiene idea de cómo va a salir.
Y lo hace confiando en que sus dotes de tenor y la cantidad de decibelios que es capaz de desarrollar a grito pelado le abrirán el camino cual Moisés en el Mar Rojo y saldrá airoso y de una sola pieza del trance en el que se ha metido.
El problema es que no siempre es así y, en ocasiones, el infierno de Dante se queda corto ante el desastre de gritos desgarradores; impactos y trozos de barco y de vela fuera de sitio; tripulantes apeados involuntariamente y hasta manchas de sangre sobre las blancas cubiertas que resultan de una alocada salida o paso de boya.
En ocasiones la causa de tanto estropicio esté en el desconocimiento.
En otras ocasiones se trata de un fallo de cálculo.
Finalmente también tenemos aquellos casos en que nuestra amiga la rata de pantalán, profunda conocedora de las reglas porque se las salta cada domingo, ha tratado de sacar partido de su mayor tamaño, la potencia de sus pulmones y la inexperiencia de sus competidores en ese lance concreto de la regata.
Para estos casos yo considero que es necesario tener siempre preparada la bandera de protesta, porque una protesta en su justo momento mantiene nuestro deporte más sano y llama la atención sobre la existencia de unas reglas que, de otro modo, pasan desapercibidas para gran parte de la flota.
Una protesta no tiene porqué entenderse como un acto de agresión, sino como una voluntad de clarificar una situación en la que dos barcos creen tener la razón y, obviamente, uno de ellos no la tiene. La protesta tiene como efecto que una situación de conflicto tenga menos probabilidades de repetirse y, por lo tanto, mejora el ambiente de las regatas, evitando que haya barcos que infrinjan sistemáticamente el reglamento mientras otros se limitan a quejarse amargamente en la barra del bar poniendo de vuelta y media a los que, a su juicio, son infractores pero que quizás no lo sean.
Conocer los mecanismos de las protestas, así como el resto del reglamento, es una medida de higiene deportiva que contribuye a que las regatas se parezcan más a lo que tienen que ser, en lugar de derivar en odios irreconciliables y en injusticias sistemáticas.
Por eso invito a todos los armadores a que pidan en su club que se organice una sesión de repaso del reglamento y se compren una bandera roja. Repito que protestar no tiene porqué ser un acto de agresión pero permitir las infracciones sistemáticas y los abusos de otros regatistas sí que acaba destruyendo el buen ambiente de una competición.